martes, 26 de noviembre de 2013

Al epílogo



En la oquedad oculta de mi pecho,
se hastían desahuciadas mis caricias
huérfanas de piel en que posarse
si no es en la abstracción de los sentidos.
 
Rememoro pasajes de laurel
bañados por las aguas de Juventa,
mas, me ahogo en la sed de su corriente
si ya no mana el agua de la gárgola.

La fuente se agotó sin advertir
los pasos de las sombras
descomponiendo el rostro y compostura,

y  sólo quedan  sueños y  quimeras, 
bastiones donde amarro  soledades
en el tramo final del seco cauce.
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